lunes, 21 de septiembre de 2020

LECTURA 1

 EL BICHITO INSOLENTE

                                                                             

Erase una vez un pueblo en donde, en cuanto salía el sol, todos salían a la calle, iban al lago, a la montaña , andaban en bici y  jugaban con sus amigos. 

 Pero un día, de un lugar muy, muy lejano, nadie sabe cómo, ni porqué, apareció un bichito insolente, con corona y capa para hacerse transparente. Y tanto le gustaba a este bichito viajar, que pronto estuvo por aquí, por allí y por allá. 

Al bichito insolente de corona y capa transparente le gustaba hacer muchas travesuras, molestar sobre todo a las abuelas y a los abuelos, y a los enfermos. 

 Cuando había mucha gente, el bichito insolente saltaba de uno a otro, como si fueran un puente y, así, llegaba a más y más gente.  

Le gustaba meterse entre los niños, entre los grupos de jóvenes y amigos, entre las familias , entre las señoras que andaban de paseo, entre los deportistas, los comerciantes y los que viajaban.  

Entonces dijeron las autoridades, ¡le tenemos que cortar la diversión a este bichito molestón! Así que, ¡atención!, todos a quedarse en casa, ¡es la única solución!  

Juan, como todos los niños de su barrio y de su pueblo , protestó. ¿Cómo qué no puedo salir? ¿Qué haré ahora? ¡Qué mal!    ¡Estoy aburrido! Pero vio que protestar no cambiaba mucho la cosa. Así que empezó a ver qué se podía hacer en su casa, que aunque era pequeña, tenía muchos rincones por descubrir.  

Ciertamente ya no podía ver a sus amigos, ni salir a la plaza, ni ir a la escuela, pero podía estar más con sus padres, que por fin estaban más en casa. Claro, también tenían que hacer sus cosas, pero los días eran tan largos que había tiempo para todo.  

Ahora su papá por la noche tenía tiempo para contarle cuentos e historias de cuando era pequeño.                                                      

Su madre tenía tiempo para enseñarle canciones. Y él podía ayudarlos a cocinar y muchas cosas que ahora descubrió que se hacían en la casa.  

Aprendió a hacer sus platos preferidos, ¡que rica le había salido la pizza! ¡y las empanadas!, aunque un poquito quemadas estaban sabrosas, ya sabía hacer ensaladas, que estaban mucho más ricas desde que él las preparaba. Sobre todo le gustaba pelar zanahorias y rallarlas. ¡Ah! y para el desayuno, por fin le dejaban cortar el pan con el cuchillo grande, ¡no entendía porqué no se lo habían permitido antes! También ayudaba a recoger la mesa y ¡que divertido era lavar los platos y hacer un montón de espuma! También aprendió a tender la ropa y a recogerla, doblarla y a guardarla.  

Así los días se hacían mucho más llevaderos. Cuántos rincones de la casa, cuántos cajones que todavía nunca había descubierto, pudo descubrir ahora.  

Jugando con las sábanas y las mantas, entre mesas y sillas, se construyó un gran palacio, con una gran torre. 

Todos los días subía a lo alto de su torre y decía: ▪ Yo tengo una torre fuerte y resistente,  ni el viento más potente la puede destruir. ▪ Yo tengo una torre fuerte y resistente a truenos y tormentas puede resistir. ▪ Yo tengo una torre fuerte y resistente . En ella seguro puedo vivir. 

Y allí se quedaba un buen rato jugando, inventando historias de caballeros, descubridores, piratas, animales exóticos y todo lo que se le ocurría.  

Y las historias no solo transcurrían en la torre. Había convertido el pasillo en un bosque encantado, difícil de atravesar entre cuerdas y cojines, que era lo único que se podía pisar. Y debajo de su cama, había túneles y pasadizos secretos.  

Allí podía entretenerse solo. O mejor dicho, acompañado de todos sus personajes amigos, durante horas, mientras sus padres trabajaban en un rincón silencioso de la casa. Claro que tenía que hacer tareas del cole, las hacía antes, para luego poder jugar. 

Así entre ayudar en las tareas de la casa, hacer sus tareas, jugar un buen rato en su castillo, escuchar cuentos, cantar y dibujar, los días fueron pasando.  

Mientras tanto, el bichito insolente con corona y capa transparente, empezó a aburrirse mucho mucho. ¡Que aburrida estaba la calle sin chicos que jugaran en las plazas , sin jóvenes en las plazas, sin las abuelas y los abuelos charlando, sin familias paseando! Solamente alguna mamá, algún  papá o tía, yendo al super o los que trabajan combatiendo al bichito insolente. 


 -”Buff”, dijo un día el bichito insolente con corona y capa transparente, – al que no le gustaba nada, nada el jabón : ”Aquí, ya no tiene gracia vivir. Ya no puedo saltar entre la gente, como si fueran un puente”. Y aburrido, aburridísimo, decidió marcharse.  

                                                                                  Adaptación de la obra de Tamara Chubarovsky 

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